Fonseca, el narrador del Mal
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POR TOMÁS ELOY MARTíNEZ
Para La Nación - Buenos Aires
Rubem Fonseca va a cumplir 84 años.Sus tres últimas obras, Mandrake: la Biblia y el bastón (2005), Ella y otras mujeres (2006)y La novela ha muerto (2007) han recibido sólo unas pocas reseñas de compasión. Sin embargo, sigue siendo leído como el creadores brasileños más originales. La biografía de Fonseca es una sucesión de sorpresas: ex policía que aprendió en las calles los laberintos de las intrigas criminales, vive desde hace décadas en el anonimato y el silencio, negándose a las entrevistas y frecuentando sólo a pocos amigos. Uno de ellos es otro recluso famoso, Thomas Pynchon, a quien ni siquiera se le conoce la cara.
Nunca olvidaré la primera vez que lo leí. Yo estaba sentado a una mesa junto a la acera, esperando a un amigo. Como la espera se hacía larga, crucé a la librería de enfrente en busca de algún texto que me entretuviera. Uno de los vendedores me recomendó un volumen de cuentos que, según él, había leído con el alma en vilo, sin poder dormir. Así cayó en mis manos Feliz año nuevo , en la traducción española de Pablo del Barco. Apenas entré en la atmósfera trivial de "Paseo nocturno, parte 1", oí batir los parches del infierno, y ya nada fue igual para mí. Esas pocas páginas bastaron para que el universo de Fonseca me tatuara el alma con la malignidad de una flor carnívora.
Sus personajes habitaban -y allí están todavía- un mundo anterior a Dios o en el que Dios es innecesario. No hay pecado; no hay culpa; no hay sino un incesante Mal sin conciencia. Si el Mal es una ocupación, un trabajo, una distracción, una llamita que arde porque sí en el desierto de la vida cotidiana. ¿Cuál es, entonces, la trascendencia del Mal?
Fonseca instala el miedo en el interior mismo del lenguaje. Cada una de sus palabras es como una nota musical desgajada de la sinfonía del Mal. Muy pocos han conseguido, como él, crear un personaje con sólo dos o tres rasgos, urdir tramas a las que jamás se les ven las costuras. Ningún escritor es más cinematográfico que Fonseca. Sus historias estén tejidas con violencia y crimen. Su lenguaje cambia de uno a otro relato.Los personajes de Fonseca saben siempre por qué hacen lo que hacen. Sólo el lector se queda afuera, pasmado, no porque el texto deje algo sin explicar o porque la claridad se le haya caído por el camino, sino porque la violencia cruza todos los límites y se pone lejos de su alcance. Es una violencia tan excesiva que lo abarca todo, pero no se ve. Respiramos su atmósfera tóxica y no nos damos cuenta. El lector contempla fascinado un absurdo hecho de omisiones y de silencios que sólo los personajes entienden.
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